search icon
search icon
Flag Arrow Down
Română
Română
Magyar
Magyar
English
English
Français
Français
Deutsch
Deutsch
Italiano
Italiano
Español
Español
Русский
Русский
日本語
日本語
中国人
中国人

Cambiar idioma

arrow down
  • Română
    Română
  • Magyar
    Magyar
  • English
    English
  • Français
    Français
  • Deutsch
    Deutsch
  • Italiano
    Italiano
  • Español
    Español
  • Русский
    Русский
  • 日本語
    日本語
  • 中国人
    中国人
Secciones
  • Última hora
  • Exclusivo
  • Encuesta INSCOP
  • Podcast
  • Diaspora
  • Moldavia
  • Política
  • Economía
  • Noticias
  • Internacional
  • Deporte
  • Salud
  • Educación
  • Ciencia IT&C
  • Arte y estilo de vida
  • Opiniones
  • Elecciones 2025
  • Medio ambiente
Sobre nosotros
Contacto
Política de privacidad
Términos y condiciones
¡Desplácese rápidamente por los resúmenes de noticias y vea cómo se cubren en diferentes publicaciones!
  • Última hora
  • Exclusivo
    • Encuesta INSCOP
    • Podcast
    • Diaspora
    • Moldavia
    • Política
    • Economía
    • Noticias
    • Internacional
    • Deporte
    • Salud
    • Educación
    • Ciencia IT&C
    • Arte y estilo de vida
    • Opiniones
    • Elecciones 2025
    • Medio ambiente
  1. Inicio
  2. Opiniones
68 noticias nuevas en las últimas 24 horas
1 hora antes

La presidenciabilidad de un presidente

Remus Pricopie, Revistacultura.ro
whatsapp
facebook
linkedin
x
copy-link copy-link
main event image
Opiniones
Foto SNSPA

La función presidencial no se reduce nunca a la simple legitimidad jurídica que otorga el voto. En una democracia, ganar las elecciones es la condición inicial, no la prueba final de competencia o autoridad simbólica. Entre el mandato formal y lo que podríamos llamar la legitimidad profunda del liderazgo se encuentra una zona sutil, difícil de definir con conceptos rígidos, pero fácil de reconocer en la práctica: la de la presidenciabilidad.

La presidenciabilidad no significa ser popular o tener un talento oratorio excepcional. Ni la edad, ni la apariencia física, ni la carisma personal garantizan tal atributo. Se refiere a la capacidad de transformar el voto recibido en una autoridad moral e institucional, a la habilidad de encarnar la institución que representas y de coagular, a tu alrededor, un sentimiento de confianza colectiva. Un presidente presidenciable no es solo el administrador de una Constitución, sino que se convierte en un símbolo de la cohesión nacional, un referente en momentos de crisis y una voz que trasciende el ruido diario de la política.

Por eso, la presidenciabilidad debe distinguirse de la carisma. La carisma puede conquistar a las masas por un momento, pero a menudo es efímera. Muchos líderes carismáticos han sido incapaces de ofrecer estabilidad, mientras que figuras más sobrias, carentes de espectáculo, han logrado convertirse en referentes históricos. Charles de Gaulle, por ejemplo, no tenía el encanto personal de un orador espontáneo, pero concentró en su persona toda la dignidad de la Francia de posguerra. Franklin Delano Roosevelt, inmovilizado en una silla de ruedas muchos años antes de ser elegido, no apostó por su imagen física, sino por la lucidez de su visión y por un modo de comunicación que inspiraba coraje y esperanza. Václav Havel, intelectual disidente y sin formación política clásica, no impresionaba con gestos teatrales, sino con la fuerza moral de su presencia. En todos estos casos, la presidenciabilidad se construyó a partir de una mezcla de autoridad simbólica, capacidad de representación y firmeza en crisis.

En la historia, algunos líderes se han convertido en símbolos de la presidenciabilidad, incluso en condiciones que parecían adversas. Franklin Delano Roosevelt, elegido por primera vez en 1932 y reelegido tres veces consecutivas, ha quedado en la historia como la figura central de América en dos momentos dramáticos: la Gran Crisis Económica y la Segunda Guerra Mundial. Aunque la poliomielitis lo había inmovilizado en una silla de ruedas desde 1921, Roosevelt no fue percibido como un hombre vulnerable, sino como un líder capaz de transmitir coraje. Sus discursos radiofónicos (fireside chats) crearon un vínculo directo entre la Casa Blanca y los ciudadanos, ofreciendo tranquilidad y esperanza en una época marcada por la incertidumbre. En su caso, la presidenciabilidad no se apoyó en la fuerza física o en una carisma superficial, sino en la capacidad de mostrar lucidez y estabilidad cuando América temblaba.

Otro ejemplo notable es Charles de Gaulle. General durante la Segunda Guerra Mundial y líder de la Francia Libre en el exilio, regresó al poder en 1958, en un momento de profunda crisis, cuando la Cuarta República francesa estaba paralizada por la inestabilidad política y la guerra de Argelia. De Gaulle fue elegido primer presidente de la Quinta República en 1959 y gobernó Francia hasta 1969. No era un orador carismático en el sentido clásico, pero era percibido como un símbolo de la dignidad nacional y de la continuidad del estado. Su actitud sobria, gestos firmes y rechazo a compromisos fáciles reforzaron la idea de que la presidenciabilidad se construye sobre el respeto, no sobre la seducción.

Václav Havel, disidente y dramaturgo, se convirtió en el primer presidente de Checoslovaquia postcomunista en 1989, tras la Revolución de Terciopelo, y posteriormente presidente de Chequia entre 1993 y 2003. No tenía experiencia administrativa ni la estructura clásica de un líder político, pero ofrecía algo infinitamente más valioso: autoridad moral. Havel transformó la figura del intelectual marginado por el régimen comunista en una autoridad democrática, y su sobriedad y modestia fueron percibidas como signos de una autenticidad rara. En su caso, la presidenciabilidad no provenía del poder de la institución, sino de la fuerza personal para dar sentido a una nación en transición difícil.

Otro ejemplo, de un registro completamente diferente, es Ronald Reagan. Actor y gobernador de California antes de ser elegido presidente de los Estados Unidos en 1980, Reagan no era un hombre de refinamiento intelectual, pero tenía un don especial: la capacidad de transmitir optimismo y claridad en un período marcado por tensiones económicas y geopolíticas. Gobernó durante dos mandatos consecutivos (1981–1989), y su discurso simple, pero firme, contra el comunismo y a favor de la libertad, contribuyó a reconfigurar el equilibrio de poder en la Guerra Fría. La presidenciabilidad de Reagan no se basó en sofisticación teórica, sino en el talento de hacer comprensible una visión para las masas y en la habilidad de proyectar una América fuerte y unida.

Aunque no fue presidente, Winston Churchill sigue siendo un caso de manual para entender la presidenciabilidad como función simbólica. Al llegar a ser primer ministro del Reino Unido en mayo de 1940, en un momento en que el país estaba al borde de la capitulación ante la Alemania nazi, Churchill logró, a través de discursos memorables y una resistencia inquebrantable, convertirse en la encarnación de la esperanza y la resistencia británica. Analizado por Henry Kissinger en el volumen Leadership, Churchill es presentado como el líder que entendió que, más allá de las decisiones estratégicas, la esencia del liderazgo radica en la capacidad de mantener viva la confianza de una nación cuando todo parece perdido.

Todas estas figuras, diferentes en estilo y origen, muestran que la presidenciabilidad no se define por un solo patrón. Roosevelt, De Gaulle, Havel, Reagan y Churchill tuvieron biografías, profesiones y temperamentos radicalmente diferentes, pero compartieron esa misma capacidad: la de convertirse en más grandes que la institución que representaban y de transformar la legitimidad formal en una fuerza moral y simbólica.

La presidenciabilidad significa que quien ocupa el cargo más alto en el estado debe ofrecer a los ciudadanos —partidarios, opositores o simples testigos de la vida pública— la garantía de que sabe lo que hace, y que sus acciones están a la altura de los desafíos de su tiempo. No tiene que estar "en la cresta de la ola", no tiene que ser ovacionado en un escenario abierto; Churchill, por ejemplo, fue criticado duramente durante años por sus ideas, a menudo en contra de la corriente, pero se mantuvo fiel a su propia visión. Lo que importa es que se lea en el rostro de un presidente, en cada momento, esa actitud de seriedad responsable, puesta al servicio de la gente y del destino común.

La presidenciabilidad también significa claridad de visión —al menos durante el mandato—, mente clara y sentidos siempre conectados al barómetro social. Se trata de esa lucidez que permite a un líder mantenerse anclado en la realidad, incluso cuando está aislado de la presión del poder, sobre la capacidad de percibir no solo lo que se dice, sino también lo que hierve bajo la superficie del silencio público.

Estas características no se confunden ni con la frialdad enigmática, ni con la jovialidad de barrio, ni con la superioridad fría de los monarcas. Suponen ponderación, análisis profundo, equilibrio interior y gestos calmados, explicados con claridad. La presidenciabilidad excluye los arrebatos adolescentes e impone un pensamiento de tipo rabínico —no necesariamente filosófico, sino arraigado en la sabiduría común, alimentada por el sentido común popular y por la conciencia de los riesgos de una decisión asumida. Un presidente auténtico no se esconde tras el silencio ni confunde la autoridad con la rigidez: escucha las voces relevantes, delibera y sale ante los ciudadanos para explicar la dirección elegida.

El político dotado de la fuerza de la presidenciabilidad es aquel que puede convencer a un pueblo para que lo siga incluso por caminos no marcados, a veces cubiertos por aguas turbias, cuando las circunstancias lo exigen. Sin convencimiento no hay confianza, sin confianza no existe ese vínculo que asegura la cohesión de un pueblo, y sin cohesión no hay camino común —sino solo una suma de atajos individuales que, la mayoría de las veces, no llevan a ninguna parte.

Pero aunque la historia ofrece numerosos ejemplos de líderes que han consolidado la noción de presidenciabilidad, también registra casos inversos, en los que jefes de estado o de gobierno han fracasado precisamente porque no lograron ocupar simbólicamente el lugar que su función les exigía. Un primer ejemplo es Herbert Hoover, presidente de los Estados Unidos entre 1929 y 1933. Considerado antes de su elección un administrador impecable, con una carrera de ingeniero y secretario (ministro) de comercio, Hoover se desplomó ante la opinión pública cuando la Gran Crisis Económica golpeó a América. Aunque tomó algunas medidas, su estilo tecnocrático, falta de empatía y ausencia del espacio público lo convirtieron en una figura fría y desconectada de la realidad del sufrimiento social. Así, aunque tenía la legitimidad legal del voto, Hoover perdió la presidenciabilidad porque no ofreció ni voz, ni coraje, ni símbolos de confianza a una nación que esperaba precisamente eso.

Un caso diferente, pero igualmente relevante, es el de Paul Deschanel, presidente de Francia entre febrero y septiembre de 1920. Su elección parecía natural: era un intelectual, un orador respetado, un hombre con una larga carrera en política. Sin embargo, inmediatamente después de su elección, comenzó a manifestar comportamientos incoherentes y episodios que provocaron el ridículo público —desde discursos extraños hasta el famoso incidente en el que cayó de un tren en pijama. La falta de coherencia y la debilidad personal hicieron imposible mantener la autoridad simbólica de la función, y su mandato concluyó tras solo unos meses. En este caso, la presidenciabilidad fue anulada no por ausencia o silencio, sino por la pérdida del respeto público causada por la vulnerabilidad del comportamiento personal. La vida tiene, sin embargo, sus desafíos, incluidos los de orden médico. Tras dimitir de la presidencia, Deschanel pasó un tiempo en un hospital, donde recibió la asistencia especializada necesaria. Más tarde regresó a la vida política, siendo elegido senador, pero nunca volvió a desempeñar un papel realmente relevante. Su destino muestra cómo la fragilidad humana puede romper incluso las carreras más sólidas y cómo, en la percepción pública, la presidenciabilidad puede perderse de forma irreversible.

Richard Nixon ilustra otro tipo de colapso. Reelegido en 1972 con una abrumadora mayoría (60,7% del voto popular), Nixon parecía tener asegurada la legitimidad electoral. Sin embargo, el escándalo de Watergate, que estalló en el mismo año, demostró que la presidenciabilidad no se apoya solo en el voto, sino en la confianza moral de la nación. Los intentos de Nixon de ocultar la verdad, manipular las instituciones del estado y comprometer el estado de derecho destruyeron en unos meses lo que parecía una autoridad consolidada. En agosto de 1974, Nixon se vio obligado a dimitir, convirtiéndose en el primer presidente estadounidense que abandonó el cargo en la vergüenza. La lección es clara: la presidenciabilidad se puede perder incluso cuando las cifras electorales parecen aplastantes, si el fundamento moral de la función está comprometido.

Mijaíl Gorbachov, el último líder de la Unión Soviética, ofrece un caso aparte. Llegó al poder en 1985 como un reformador lleno de energía, lanzando los programas de glasnost (transparencia / apertura) y perestroika (reestructuración / reformas). Al principio, parecía encarnar la oportunidad de un renacimiento soviético. Sin embargo, a medida que las reformas se escaparon de control, Gorbachov fue percibido cada vez más como un líder indeciso, incapaz de mantener unido el imperio que dirigía. Los atentados contra su propia vida, la caída del Muro de Berlín y la desintegración gradual de la URSS lo atraparon en una posición ambigua: quería ser reformador, pero no tenía la firmeza para decidir entre democracia y control autoritario. En diciembre de 1991, se vio obligado a dimitir, y la Unión Soviética se desintegró. Su caso muestra que la falta de presidenciabilidad no proviene solo de errores morales o episodios ridículos, sino también de la fatal vacilación de asumir una dirección en un momento de inflexión.

Todas estas figuras, desde Hoover y Deschanel hasta Nixon y Gorbachov, demuestran lo mismo: la legitimidad formal otorgada por el voto o por procedimientos parlamentarios no es suficiente para mantener la autoridad de una función suprema. La presidenciabilidad se juega en el terreno de la percepción pública, de los símbolos, de la capacidad de encarnar una voz colectiva. Y cuando esta percepción se desploma, la institución misma se debilita, y el líder es empujado, más temprano que tarde, hacia la marginalización.

En el mundo de hoy, esta discusión sobre la presidenciabilidad es más actual que nunca. Las democracias enfrentan polarización ideológica, extremismos resurgentes y formas cada vez más sofisticadas de guerra híbrida. En un contexto así, la presidenciabilidad significa más que protocolo o el respeto a rituales institucionales. Exige firmeza en la defensa de los valores democráticos, lucidez en la gestión de crisis y claridad en la comunicación de la dirección estratégica.

Una sociedad puede tolerar la falta de carisma de un presidente, pero no le perdona la falta de voz cuando se necesita claridad, ni la ausencia de firmeza cuando la democracia es atacada. Puedes ser un líder sobrio, incluso discreto, pero si en momentos de inflexión no logras expresar claramente lo que representa tu nación y qué camino quiere seguir, la presidenciabilidad se evapora. No se mide en aplausos o en encuestas, sino en la capacidad de estar presente cuando la sociedad hierve, de dar dirección cuando la confusión se profundiza y de construir puentes entre los campos democráticos, no entre democracias y extremistas.

La presidenciabilidad sigue siendo, por tanto, la condición mediante la cual un líder supera el estatus de alto funcionario electo y se convierte en la voz de una nación. La presidencia no es una simple función, sino una vocación simbólica —un acto de representación moral en el que la persona y la institución se fusionan. La diferencia entre un presidente que pasa a la historia como un paréntesis y uno que deja un legado duradero se mide exactamente en esta capacidad: la de transformar el silencio en respuesta, la confusión en dirección y el poder en responsabilidad.

ȘTIRI PE ACELEAȘI SUBIECTE

event image
Opiniones
¿Contradicciones de valor o malentendidos?
event image
Opiniones
Luego en la escuela de cuadros
event image
Opiniones
Guía breve de la resistencia
event image
Opiniones
Ucrania: la difícil búsqueda de la paz
event image
Opiniones
OPINIÓN: Los partidos KGB
app preview
Feed de noticias personalizado, búsqueda con IA y notificaciones en una experiencia más interactiva.
app preview app preview
presidente calidades Roosevelt Gorbachev Regan Nicusor Dan Winston Churchill Remus Pricopie

Recomendaciones del editor

main event image
Exclusivo
ayer 10:15
Contenido exclusivo

Revisión de noticias de TI por Control F5 Software: GPT-5 ahora rivaliza con los humanos en profesiones clave

app preview
Feed de noticias personalizado, búsqueda con IA y notificaciones en una experiencia más interactiva.
app preview
app store badge google play badge
  • Última hora
  • Exclusivo
  • Encuesta INSCOP
  • Podcast
  • Diaspora
  • Moldavia
  • Política
  • Economía
  • Noticias
  • Internacional
  • Deporte
  • Salud
  • Educación
  • Ciencia IT&C
  • Arte y estilo de vida
  • Opiniones
  • Elecciones 2025
  • Medio ambiente
  • Sobre nosotros
  • Contacto
Política de privacidad
Política de cookies
Términos y condiciones
Licencias de código abierto
Todos los derechos reservados Strategic Media Team SRL

Tecnología en colaboración con

anpc-sal anpc-sol