Ahora, después de que la administración de Donald Trump rechazara explícitamente las instituciones y acuerdos internacionales basados en reglas creadas por América después de la Segunda Guerra Mundial, la idea misma de un orden internacional liberal pierde relevancia. El mundo ahora pertenece a regímenes iliberales decididos a perseguir sus propios intereses.
Antes, era normal hablar de un "orden internacional liberal". Aunque las regulaciones institucionales que lo acompañaban no siempre eran completamente liberales, internacionales o sistemáticas, esta etiqueta tenía su razón de ser. Después de todo, el propósito de un ideal no es describir la realidad, sino guiar el comportamiento, y durante muchas décadas, la mayoría de los países aspiraron a formar parte del orden liberal y a contribuir a su desarrollo (aunque algunos preferían beneficiarse del sistema o eludirlo).
Estos tiempos han pasado indiscutiblemente. Hemos entrado en una nueva era de desorden global. Evidentemente, el ascenso constante de China y otras economías emergentes siempre habría representado un desafío para los acuerdos creados por las potencias occidentales después de la Segunda Guerra Mundial. Pero el factor decisivo en la desaparición del orden internacional liberal es que su principal arquitecto, los Estados Unidos de América, lo han abandonado. Los líderes estadounidenses ya no son leales al compromiso de John F. Kennedy de "pagar cualquier precio, soportar cualquier carga, enfrentar cualquier dificultad, apoyar a cualquier amigo, oponerse a cualquier enemigo para asegurar la supervivencia y el éxito de la libertad".
Es cierto que los EE. UU. no siempre han sido consistentes en lo que respecta al respeto del derecho internacional o al apoyo a la Organización de las Naciones Unidas y sus redes multilaterales de cooperación. Pero nadie duda de que, sin el apoyo estadounidense, todo este edificio se habría derrumbado, como parece que está ocurriendo ahora. Bajo la segunda administración del presidente Donald Trump, los EE. UU. han llegado a denunciar explícitamente el antiguo orden liberal, con el secretario de Estado Marco Rubio afirmando que este "no solo está obsoleto, sino que es un arma utilizada en su contra".
Por definición, un orden internacional implica ciertas reglas comunes. Pero la administración Trump se opone abiertamente a cualquier tipo de tales restricciones. Persigue explícitamente una política que coloca sus propios intereses autodefinidos por encima de cualquier otra cosa y ha demostrado estar dispuesta – e incluso ansiosa – a agitar a amigos y aliados en este propósito.
Los aranceles punitivos de Trump son solo una parte de la historia. Ha abandonado todo el sistema de reglas, incluso imponiendo aranceles de importación por razones que no tienen nada que ver con el comercio. Estamos aún en el comienzo, pero no hay duda de que la economía global pagará un precio significativo por el régimen destructivo de Trump – siendo la economía de EE. UU. probablemente la que más sufrirá a largo plazo.
Sin embargo, el concepto de derecho internacional ha sido prácticamente evacuado de la formulación de la política exterior y económica de los EE. UU. La concepción de larga duración de la geopolítica como una lucha entre regímenes democráticos y regímenes autoritarios parece ahora completamente irrelevante. Trump y sus designados hablan de derechos humanos solo de manera selectiva, como cuando emiten afirmaciones falsas sobre el genocidio contra los agricultores blancos en Sudáfrica (mientras que los palestinos en Gaza y Cisjordania apenas son mencionados).
En EE. UU. ha habido una reacción fácilmente comprensible contra las "guerras eternas" en Afganistán e Irak, así como un reconocimiento tardío de que los países extranjeros no pueden ser reorganizados simplemente por decreto estadounidense. El momento "unipolar" del poder sin igual de EE. UU. – entre la caída del Muro de Berlín y la aparición de China como superpotencia tecnológica – favoreció sin duda el hybris estadounidense.
Pero ahora, el péndulo se ha movido en la dirección opuesta. Desde Groenlandia hasta el Canal de Panamá, EE. UU. se ha convertido en un motor del desorden internacional, uniéndose a países como Rusia, con su delirante guerra de agresión contra Ucrania y su guerra en la sombra cada vez más intensa contra la Unión Europea. Mientras tanto, vastas regiones – desde el Cuerno de África hasta Sudán, pasando por la zona del Sahel – se hunden en el conflicto y el caos, y a nadie parece importarle. De hecho, EE. UU. está ocupado con su propia pequeña "guerra elegida" contra el régimen de Nicolás Maduro en Venezuela.
A pesar de su poder industrial y de sus recursos navales en crecimiento, es poco probable que la República Popular China llene el vacío dejado por EE. UU. Hasta ahora, los chinos han actuado con cautela, oponiendo una fuerte resistencia a lo que consideran acoso e intimidación estadounidense, pero absteniéndose de intervenir en los diversos conflictos en todo el mundo. China desea explícitamente un nuevo orden global, y no una continuación del orden liberal liderado por EE. UU. que ha prevalecido durante ocho décadas después de la Segunda Guerra Mundial.
Pero en el horizonte no se vislumbra ningún nuevo orden. Hemos entrado en un período de desorden global, en el que los regímenes iliberales ganan terreno, y las viejas estructuras internacionales se desmoronan. Estas tendencias serían lo suficientemente peligrosas por sí solas, pero son aún más peligrosas en el contexto de los cambios climáticos, los riesgos de pandemia y las tecnologías potencialmente disruptivas, como la Inteligencia Artificial.
La cooperación necesaria para gestionar estas amenazas no parece estar en el horizonte. La única esperanza que queda en esta época de desorden global reside en coaliciones plurilaterales centradas en problemas específicos – normas comerciales, salud global y transición energética, entre otros. Los países que reconocen los peligros a los que nos enfrentamos tendrán que encontrar por su cuenta nuevas formas de colaboración.
Carl Bildt es ex primer ministro y ministro de Relaciones Exteriores de Suecia. Copyright: Project Syndicate, 2025 www.project-syndicate.org traducción de Matei PLEȘU
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