6 julio 11:29
Opinión: ¿Crisis de confianza o confianza en que llega la crisis?
Darie Cristea

Opiniones
Foto: inscop.ro
Lo extraño de esta crisis que se avecina es que la gente, de alguna manera, está al margen de ella. Dos cifras recientes del INSCOP son sorprendentes en este contexto: el 75% de los rumanos afirma que la situación económica del país ha empeorado en comparación con hace un año; el 44% afirma que su situación financiera ha empeorado en comparación con el mismo periodo de tiempo. Esto explica por qué, al mirar a nuestro alrededor, tenemos la sensación de que todo el mundo sabe que se avecina una crisis, pero pocos se dan cuenta de que hay que hacer algo para amortiguar el golpe. Esta brecha entre cuántos piensan que están peor como individuos y cuántos piensan que el país está peor económicamente lleva en sí un mecanismo de adaptación a las incertidumbres del futuro inmediato. Sobre todo porque el segundo semestre del año traerá consigo subidas de precios y nuevos sistemas de información sobre el precio de la electricidad, que no auguran nada bueno.
Al menos la inflación ha sido evidente en los últimos años, por lo que no es de extrañar que sólo el 44% de los rumanos se quejen de su situación financiera. La explicación reside probablemente en la subida gradual y constante de los precios. Es una especie de habituación a las penurias en nuestra zona que también puede significar resistencia -y probablemente nos ha ayudado muchas veces en la historia-, pero también puede significar que a veces no nos damos cuenta de los peligros que nos acechan o, existe esta variante, de los problemas de los que nos hemos librado comportándonos correctamente. "Vamos, señor, que se están pasando con la pandemia". No olvidemos cómo la pandemia empezó con un esfuerzo colectivo y solidario, ambos espectaculares, para acabar con un enfado generalizado e irracional contra un Estado que, sin embargo, intervino de forma más coherente y adaptativa de lo que esperábamos, con todo lo bueno y lo malo de esa intervención. Del mismo modo, una vez pasada, la crisis de 2009-2010 tampoco pareció tan grande y, en muchos otros casos, el miedo y la movilización iniciales se convirtieron en céfiros una vez pasado el peligro (real, percibido, correctamente evaluado, exagerado... da igual).
Por supuesto, es comprensible el descontento con la forma en que las instituciones -y no sólo las instituciones- están reaccionando. Pero hay casos en los que, comparativamente hablando, hemos hecho lo mismo que otros países de la UE, y no necesariamente peor que ellos. Miren, tomemos la encuesta del INSCOP publicada en informat.ro: durante años, con pequeñas permutaciones y cambios de puntuación sensibles a la realidad inmediata (pero no para el futuro), la jerarquía de la confianza en las instituciones ha sido prácticamente la misma. Todo ha cambiado tanto en la sociedad rumana de los últimos 35 años que la falta de variación en estas listas de distribución de la confianza debe indicar algo que aún no comprendemos. La realidad es, a pesar de todo lo que los sociólogos llevan comentando desde hace más de tres décadas, que ya no estamos hablando de una crisis de confianza, porque las cosas nunca han ido mejor, ni siquiera diferentes.
La crisis es también un concepto terapéutico que, por supuesto, justifica todo tipo de medidas. Y explica por qué tenemos problemas, de tal manera que, antes de alterarse, la gente piensa que es una crisis y, por un rato, tiene una explicación que le tranquiliza. En la idea de que no es algo que no se haya visto antes. Después, poco a poco, la crisis pasa, paralelamente a la erosión de la confianza en quienes dirigieron el país durante la crisis, para bien, para mal, da igual. Esta crisis que se avecina, si no ha empezado ya, tiene algunos parámetros explicables: los gastos relacionados con la mitigación de los efectos de la pandemia, la liberalización del mercado energético, la guerra de Ucrania, etc. Si fue correcto o incorrecto hacerlo no es el tema de esta discusión. El Estado se ha endeudado y no tiene la capacidad deseada para recaudar lo que se le debe. El mercado sigue funcionando. Aquí hay una pequeña paradoja, igual que la hay en la posición de los ciudadanos sobre la idoneidad del gasto público.
Al otro lado de la crisis está el público, el contribuyente, de una forma u otra. Y qué nos está diciendo el público que quiere que ocurra con el gasto público ahora, en el umbral de una crisis/reforma en la que el Estado parece estar haciéndolo peor que sus ciudadanos... otra serie de indicadores de la última encuesta del INSCOP nos lleva a estas respuestas. El 83% de los rumanos piensa que el Estado debería aumentar la inversión en educación, el 75% en sanidad, e incluso, en cuarto lugar, el 63% querría que el Estado aumentara la inversión en cultura. Por supuesto, todo esto demuestra una comprensión del desarrollo a largo plazo por parte de nuestro público. Parece un país ideal con ciudadanos preocupados por la educación, la sanidad y la cultura. Esta es la interpretación optimista. La interpretación pesimista está ligada a la conveniencia de estas opiniones: tanto para el público como para los políticos, la educación, la sanidad y la cultura son prioritarias desde hace 35 años. Pero quizá los ciudadanos entiendan estas prioridades de forma diferente a los políticos.
Me temo que detrás de las fórmulas "inversión en defensa", "inversión en educación", "inversión en sanidad", "inversión en cultura" que se barajan en la arena pública hay tres agendas diferentes, difíciles de conciliar, cada una con su propia racionalidad: la agenda de los políticos y responsables presupuestarios, la agenda de los profesionales del ramo, la agenda de los beneficiarios (el público en general). Pero esto ya sería tema para una superinvestigación cualitativa.
Al menos la inflación ha sido evidente en los últimos años, por lo que no es de extrañar que sólo el 44% de los rumanos se quejen de su situación financiera. La explicación reside probablemente en la subida gradual y constante de los precios. Es una especie de habituación a las penurias en nuestra zona que también puede significar resistencia -y probablemente nos ha ayudado muchas veces en la historia-, pero también puede significar que a veces no nos damos cuenta de los peligros que nos acechan o, existe esta variante, de los problemas de los que nos hemos librado comportándonos correctamente. "Vamos, señor, que se están pasando con la pandemia". No olvidemos cómo la pandemia empezó con un esfuerzo colectivo y solidario, ambos espectaculares, para acabar con un enfado generalizado e irracional contra un Estado que, sin embargo, intervino de forma más coherente y adaptativa de lo que esperábamos, con todo lo bueno y lo malo de esa intervención. Del mismo modo, una vez pasada, la crisis de 2009-2010 tampoco pareció tan grande y, en muchos otros casos, el miedo y la movilización iniciales se convirtieron en céfiros una vez pasado el peligro (real, percibido, correctamente evaluado, exagerado... da igual).
Por supuesto, es comprensible el descontento con la forma en que las instituciones -y no sólo las instituciones- están reaccionando. Pero hay casos en los que, comparativamente hablando, hemos hecho lo mismo que otros países de la UE, y no necesariamente peor que ellos. Miren, tomemos la encuesta del INSCOP publicada en informat.ro: durante años, con pequeñas permutaciones y cambios de puntuación sensibles a la realidad inmediata (pero no para el futuro), la jerarquía de la confianza en las instituciones ha sido prácticamente la misma. Todo ha cambiado tanto en la sociedad rumana de los últimos 35 años que la falta de variación en estas listas de distribución de la confianza debe indicar algo que aún no comprendemos. La realidad es, a pesar de todo lo que los sociólogos llevan comentando desde hace más de tres décadas, que ya no estamos hablando de una crisis de confianza, porque las cosas nunca han ido mejor, ni siquiera diferentes.
La crisis es también un concepto terapéutico que, por supuesto, justifica todo tipo de medidas. Y explica por qué tenemos problemas, de tal manera que, antes de alterarse, la gente piensa que es una crisis y, por un rato, tiene una explicación que le tranquiliza. En la idea de que no es algo que no se haya visto antes. Después, poco a poco, la crisis pasa, paralelamente a la erosión de la confianza en quienes dirigieron el país durante la crisis, para bien, para mal, da igual. Esta crisis que se avecina, si no ha empezado ya, tiene algunos parámetros explicables: los gastos relacionados con la mitigación de los efectos de la pandemia, la liberalización del mercado energético, la guerra de Ucrania, etc. Si fue correcto o incorrecto hacerlo no es el tema de esta discusión. El Estado se ha endeudado y no tiene la capacidad deseada para recaudar lo que se le debe. El mercado sigue funcionando. Aquí hay una pequeña paradoja, igual que la hay en la posición de los ciudadanos sobre la idoneidad del gasto público.
Al otro lado de la crisis está el público, el contribuyente, de una forma u otra. Y qué nos está diciendo el público que quiere que ocurra con el gasto público ahora, en el umbral de una crisis/reforma en la que el Estado parece estar haciéndolo peor que sus ciudadanos... otra serie de indicadores de la última encuesta del INSCOP nos lleva a estas respuestas. El 83% de los rumanos piensa que el Estado debería aumentar la inversión en educación, el 75% en sanidad, e incluso, en cuarto lugar, el 63% querría que el Estado aumentara la inversión en cultura. Por supuesto, todo esto demuestra una comprensión del desarrollo a largo plazo por parte de nuestro público. Parece un país ideal con ciudadanos preocupados por la educación, la sanidad y la cultura. Esta es la interpretación optimista. La interpretación pesimista está ligada a la conveniencia de estas opiniones: tanto para el público como para los políticos, la educación, la sanidad y la cultura son prioritarias desde hace 35 años. Pero quizá los ciudadanos entiendan estas prioridades de forma diferente a los políticos.
Me temo que detrás de las fórmulas "inversión en defensa", "inversión en educación", "inversión en sanidad", "inversión en cultura" que se barajan en la arena pública hay tres agendas diferentes, difíciles de conciliar, cada una con su propia racionalidad: la agenda de los políticos y responsables presupuestarios, la agenda de los profesionales del ramo, la agenda de los beneficiarios (el público en general). Pero esto ya sería tema para una superinvestigación cualitativa.