El final de octubre, recién pasado, trajo también la nueva edición del Barómetro de la seguridad energética, realizado, de manera regular, con la ayuda de los datos recopilados y analizados por INSCOP. La longevidad del proyecto ya permite una serie de comparaciones y pone de manifiesto tendencias cuya comprensión podría protegernos de muchas sorpresas porque, no es así, una cosa es el mercado de la energía, otra es la comprensión del consumidor en lo que respecta a ello. Y es normal que sea así, este mercado tiene un carácter, tanto técnico como comercial, mucho más difícil de evaluar que otros por parte del hombre común, pero que, al mismo tiempo, le afecta enormemente a este último, por razones fáciles de entender. Y, quien no lo crea, que estudie las facturas de los últimos cinco años y que diga qué observa en relación con ellas...
La liberalización del mercado de energía en 2021 llegó a Rumanía acompañada de un esquema de tope de precios, un esquema basado en el consumo. Para mitigar el shock, tanto psicológico como financiero y, probablemente, para aplicar más fácilmente el tope... Una ayuda motivada socialmente era, por supuesto, necesaria. La hipótesis de que si superas un tope eres derrochador y quieres destruir el planeta se basa, sin embargo, en una pequeña incomprensión del hecho de que, en muchas zonas rurales, aquí, más bien tienes electricidad que gas, por ejemplo, pero también en una ignorancia de la idea de que sería más civilizado estimular el consumo de electricidad en detrimento del de gas, madera, etc. Sin embargo, para quienes habían estudiado los documentos de la Comisión y del Parlamento Europeo, se sabía que la liberalización iba a llegar y era una política por la cual la Unión creía que traería energía accesible, a precios decentes y cada vez más "verdes". Por supuesto, era de esperar que pasara un tiempo hasta que se estableciera el mercado y es discutible si los especialistas esperaban un aumento de precios tan grande y repentino, en un mercado donde desde el principio había suficientes proveedores (pero en las condiciones un tanto cómicas en las que los productores y la infraestructura eran como los conocíamos desde hace años).
El tope de precios de la electricidad, a través de los diferentes esquemas que han funcionado aquí, ha ido, como sabemos, sobre la idea de que "sanciona" el gran consumo. No es la más brillante de las paradigmas, especialmente porque no estaba asociada a un juicio sobre los ingresos del consumidor. En resumen, si tenías una casa, toda eléctrica (calentador, calefacción, bomba para pozo, cocina eléctrica), porque no tenías agua corriente, gas y tampoco calefacción a leña o algo equivalente, te convertías, como decíamos, en el "derrochador" que destruye el planeta, mientras que otra persona podía tener tope tanto en gas como en electricidad, porque la presencia de ambas fuentes reducía el consumo de cada una de ellas. Y si además usaba leña, para ser "eco" hasta el final, salía aún mejor. Claro, podríamos preguntarnos por qué estimulamos así el consumo de gas y leña... Y cómo reducimos la contaminación si usamos estas para reducir el consumo de electricidad? Igualmente, es evidente que, en las condiciones en las que la electricidad es la fuente primaria de energía, las familias con niños tendrán un consumo mayor que las que no tienen, etc. Entonces, ¿qué tipo de consumo "hemos castigado"?
El hecho es que, para la mayoría de los hogares aquí, la gran liberalización fue (en 2021 y 2022) solo una emoción momentánea, no un costo real, volviéndose visible más bien a mediados de este año, una vez que desapareció el esquema de tope de precios.
En resumen, el 64% de los rumanos, según el barómetro citado, no están contentos con la desaparición del esquema de tope. Por otro lado, el 50% de los rumanos creen que las subvenciones para el precio de la energía deben otorgarse solo a aquellos con bajos ingresos (la opción de respuesta más seleccionada), no a todos. Por supuesto que no estamos hablando necesariamente de exactamente los mismos encuestados en el primer caso y en el segundo, pero la superposición es grande. Debemos recordar que el 49% de los rumanos aprecian las medidas tomadas hasta ahora por el estado para el tope del precio de la energía, según el mismo barómetro, y un cuarto de los rumanos creen que no es normal que no exista ningún tope. ¿La moraleja? No todo consumo de electricidad es derroche y, al mismo tiempo, un menor consumo de electricidad no es una forma de sostenibilidad si está duplicado por uno de leña o gas para encajar en los topes. Además, aquí, el consumidor no ha sido puesto de manera real en la situación de entender el debate que debería haber puesto cara a cara el tope con fundamento social vs. el basado en la cantidad de energía consumida. La liberalización ha demostrado ser, como tantas veces después de 1990, un encarecimiento y nada más, el tope una artimaña salvadora, y el estado ha aparecido confuso en su intento de administrar dos políticas – la de liberalización del mercado de perfil, y la de tope del precio de la energía para el consumidor. Al menos eso se ha entendido.